Añoranzas de la Banquina Chica

De añoranzas estamos hechos los seres humanos. Algunos las ponemos en práctica o las usamos como disparadores sin razón cierta o aparente, pero con la secreta esperanza de que sirva para algo.

Foto: mardelplata.com

Esas cosas, o situaciones añoradas, son disparadas por la famosa y controvertida “memoria emotiva”. He aquí nuestro punto de partida.

Hacer un recorrido por “la banquina” o “banquina chica”, era sinónimo de paseo de niños/preadolescentes de finales de la década del ´70 y principios de los ´80, aunque más que paseo era una aventura, con matices inesperados y tal vez deseados que nos podía depositar en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa y con horario incierto, (siempre dentro de la lógica de nuestros progenitores).

Los desprevenidos podrán interrogarse e interrogarnos a que nos referimos con “la banquina” o “banquina chica”. Pues bien, es un lugar en el mundo, situado en el mismísimo Puerto de la ciudad de Mar del Plata en la Provincia de Buenos Aires, en la República Argentina… es que siempre hay un desprevenido.

Comenzar un recorrido por la calle 12 de octubre, desde Edison por ejemplo, y siempre hacia “la banquina”. Mirar a ambos lados vidrieras con artículos inalcanzables porque estaban reservados para gente de más edad o solo porque nuestra nula economía no lo permitía, era parte de la diversión. Sí, diversión.

El observar como algunos degustaban una pizza con una cerveza en la pizzería Danielo, (años más tarde Barlovento), llamaba a la ilusión de ser muy pronto más grande para poder imitarlos, aunque los deseos pudiesen recorrer la pizzería Acuario o el inigualable lugar que era “el Monza”.

Todos ellos placeres aptos para gente que desarrollaba sus tareas en las cercanías del Puerto, placeres que no eran del gusto al menos de los que concurrían a la Taberna Baska, La Marina, El Gallo Rojo, El Mejillón Dorado, El Taburete, siempre en esa delimitación de “12 de octubre” haciendo un pequeño desvío hasta Magallanes para llegar el último restaurante mencionado.

La alta barra para tomar un café en el Doria no era para nosotros. Ni por escasos en edad, ni estatura, pero nos bastaba con mirar hacia adentro y ver como las tazas, los vasos de whisky y el olor a tabaco, para saber que un día también íbamos a estar ahí.

Recorrido de añoranza que podía llegar a nuestra mencionada, observada, y porque no admirada “banquina chica”.

Lugar que ha cambiado su fisonomía, su gente, sus costumbres, sus embarcaciones.

El borbotón de lanchitas amarillas ya no es tal, por falta de herencia, por falta de motivación, o por falta de esos personajes misteriosos y laboriosos que ya no abundan.

Hoy en la “banquina” se habla en castellano, en español, en “argentino”. Lenguaje inexistente en los tiempos que mencionamos al comenzar este recorrido. Ya no está el idioma italiano como oficial, esa mezcla de dialectos inentendibles para los mortales, pero la lengua preferida de aquellos que con su canasta, sus botas, su cara arrugada y perforada por el sol, abordaban sin problemas algún colectivo que los depositara en la calle 12 de octubre para el fin de sus recorrido, paradójicamente el comienzo del nuestro.

Gustavo Alberto Seira

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