Octavius, la leyenda del buque fantasma que vagó 14 años por el ártico

Perdida durante catorce años, la goleta Octavius fue descubierta en 1775 vagando por el gélido océano ártico y con toda la tripulación muerta en sus camarotes.

Uno de los santos griales de la navegación marítima ha sido desde tiempos remotos encontrar el «paso del Noroeste» o «paso maldito», una ruta que, bordeando Norteamérica por el norte permitiera conectar los océanos Atlántico y Pacífico atravesando el océano Ártico.

Intentar hallar ese paso suponía una misión muy arriesgada, ya que implicaba la obligación de cruzar el estrecho de Lancaster en verano, cuando las condiciones atmosféricas aún eran favorables, puesto que de lo contrario quien lo intentase se arriesgaba a quedar varado en el hielo hasta el verano siguiente, tal como les sucedió a las naves Terror y Erebus (que en 1845 quedaron atrapadas en el hielo),que fueron localizadas en el año 2016. Y muy posiblemente es lo que le sucedió también casi un siglo antes a otra nave: el Octavius.

La historia del Octavius empieza el 10 de septiembre de 1761, cuando al parecer el barco partió desde Londres al mando del capitán Hendrick van der Heul, exteniente general del capitán Kidd, con destino a China. Tras llegar meses después a su destino, el Octavius volvió a cargar sus bodegas para regresar de nuevo a Gran Bretaña. Pero, de manera misteriosa, la nave nunca alcanzaría su destino, perdiéndose en alta mar en algún momento del año 1762.

Para los historiadores es difícil determinar si la historia del Octavius es una leyenda o un hecho real, aunque, verdad o no, esta historia enfatiza el espíritu aventurero humano, su afán por descubrir nuevas rutas marítimas y hacer frente a la siempre poderosa (y a menudo hostil) naturaleza. La historia se enmarca en pleno siglo XVIII, un período en el que las empresas navieras competían por encontrar el camino más corto entre el Atlántico y el Pacífico para, de este modo, mejorar las rutas comerciales entre el Viejo Continente y la misteriosa Asia.

La historia del Octavius, verdad o no, enfatiza el espíritu aventurero humano, su afán por descubrir nuevas rutas marítimas y hacer frente a la siempre poderosa naturaleza.

Es 11 de octubre de 1775. El ballenero groenlandés Herald se encontraba faenando en aguas del Atlántico Norte cuando, de pronto, y en medio de una silencio sepulcral, se escuchó la voz del vigía gritando: «¡Barco al frente y al oeste!». En efecto, frente al ballenero, y a unos diez kilómetros de distancia, se podían avistar los mástiles de un navío que sobresalían por encima de un iceberg.

A medida que el ballenero se iba acercando, los hombres se dieron cuenta de que el barco que se escondía detrás del iceberg era una goleta de tres mástiles, algo muy inusual en esas aguas. A través del catalejo, el capitán Alex Warren vio que el velamen se hallaba completamente destrozado, el casco estaba muy deteriorado y en cubierta no había señales de vida.

Cubierto de una gruesa capa de hielo, el Octavius brillaba bajo el sol, como si fuera de cristal. Cuando ya estaban muy cerca, la tripulación del Herald llamó a gritos a la tripulación de la goleta, pero recibieron el silencio por respuesta. A la tripulación del ballenero se le erizo el vello de terror; aquello era un mal presagio.

UN FANTASMA EN ALTA MAR

El capitán Warren ordenó entonces a su tripulación que arriara un bote para abordar el barco abandonado y pidió ocho voluntarios. Todos eran marinos experimentados, pero también eran hombres supersticiosos, por lo que ninguno dio un paso al frente, así que el capitán tuvo que obligar a ocho de ellos a acompañarlo.

A medida que el bote se iba acercando a la goleta, los tripulantes pudieron ver cómo se llamaba aquel misterioso barcoOctavius, un nombre que nunca habían oído. Al subir a bordo fueron recibidos tan sólo por el crepitar de la madera, el silbido del viento, el movimiento de las velas deshilachadas llenas de escarcha y la rueda del timón que chirriaba al moverse de un lado al otro. No había nadie en la cubierta, el barco parecía abandonado así que, sacando fuerzas de flaqueza, decidieron entrar en el interior.

Abriéndose paso a través de la cubierta tapizada de hielo, los hombres bajaron a los camarotes donde hicieron un macabro descubrimiento. Tumbados en sus literas, y cubiertos por capas de mantas, había veintiocho marineros congelados. El frío los había mantenido en un perfecto estado de conservación, como si la muerte los hubiera sorprendido mientras dormían.

Cuando entraron en la cabina del capitán, vieron que éste estaba sentado en una silla frente a su escritorio, muerto, con una pluma en la mano como si estuviera haciendo sus últimas anotaciones en el cuaderno de bitácora. En la misma cabina había tres cuerpos más: una mujer acostada en una camilla descansando su cabeza sobre el brazo y con los ojos completamente abiertos, un niño pequeño abrazado a un muñeco de trapo, y un hombre con un pedernal y una barra de metal que al parecer intentaba encender un fuego que nunca prendió.

UNA LEYENDA DE HIELO

Los marineros del ballenero ya tenían suficiente y urgieron a su capitán a abandonar cuanto antes el Octavius. Pero éste, incapaz de dejar la goleta sin una explicación sobre lo que allí había ocurrido, decidió bajar a la bodega, donde descubrió que no había ni un gramo de comida. Sorprendido, volvió a la cabina del capitán y ordenó a uno de sus hombres que cogiese el cuaderno de bitácora. A bordo del bote, mientras regresaban a su barco, Warren se quedó mirando al Octavius mientras se alejaba en el horizonte para siempre.

De nuevo en el Herald, el capitán Warren se dio cuenta de que faltaban todas las páginas del diario de a bordo del Octavius a excepción de la primera y la última. ¿Por qué? ¿Dónde estaba el resto del cuaderno? Existen dos teorías al respecto: que al marinero que transportó el cuaderno al Herald se le cayesen al mar las otras páginas o que se hubiesen quedado pegadas a la mesa de la cabina del capitán del Octavius a causa del hielo.

Sea como fuere, lo que relataba la primera hoja dejó sorprendido al capitán del ballenero: el Octaviushabía salido de Inglaterra con rumbo a China el día 10 de septiembre de 1761. Es decir, hacía ya catorce años de aquello. La última hoja del cuaderno llevaba fecha del 11 de noviembre de 1762 y decía lo siguiente: «Hasta ahora llevamos atrapados en el hielo 17 días. Nuestra posición aproximada es Longitud 160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra vez, pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos. El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta agonía».

Un iceberg en un paisaje ártico.

Warren se quedó atónito. Longitud 160 O, Latitud 75 N. Eso significaba que el Octavius había estado atrapado en hielo en el océano Ártico, al norte de Point Barrow, Alaska, a miles de kilómetros de donde lo habían encontrado ese día. Lo que el Octavius había hecho era cruzar el legendario «paso del Noroeste», al parecer de un modo póstumo. Aparentemente, el capitán del Octavius había decidido encontrar el paso en lugar de volver a casa alrededor de Sudamérica.

Lo que relataba la primera hoja del cuaderno de bitácora dejó sorprendido al capitán del ballenero: el Octavius había salido de Inglaterra el día 10 de septiembre de 1761. Hacía 14 años.

Desgraciadamente, y como muchos otros antes que él, lo único que encontró fue la muerte. A pesar de ello, el Octavius al parecer había logrado su objetivo: todo el tiempo que había permanecido a la deriva se había ido deslizando lentamente hacia el Este, aguantando la furia de los elementos hasta que finalmente llegó al Atlántico Norte.

No sería hasta 1906ciento treinta y seis años más tarde, cuando otro barco, el Gjoa, al mando del explorador noruego Roald Amundsen lograría cruzar el mítico «Paso del Noroeste». En cuanto al Octavius, a día de hoy nadie ha podido verificar o desmentir si esta historia es cierta o si se trata tan sólo de una leyenda más de las muchas que existen sobre buques fantasmas, contada por los experimentados marinos para amenizar las interminables noches durante sus largas travesías.

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